domingo, 22 de abril de 2012

Te acompaño en el sentimiento

Por si este desagradecido mundo maternal no tuviera pocos inconvenientes, a mí me tocó la china. Poco podía adivinar sobre la gran desgracia que se cernía sobre mí cuando la prueba de embarazo me anunciaba que iba a tener que adentrarme sin retorno en la vorágine de la crianza. Y tal infortunio (pobre de mí) no era otro que iba a tener un niño. Pero no un niño en el sentido amplio y genérico del término. Me refiero a un machote, a un pichilla, a un chamarrote... Vamos, a un varón.

Cuando, ya en una de las primeras ecos, se confirmó sin lugar a dudas que iba a tener un chavalín, me apresuré a comunicar la gran noticia a todo ser viviente que se cruzaba en mi camino con una ilusión sin precedentes. Pero de golpe se me desdibujaba la sonrisa de la cara cada vez que alguna que otra alma piadosa tenía a bien mirarme con cara de penica y espetarme:

"Aaah, ¿un nene? Pues nada, como es el primero la próxima vez a lo mejor tienes suerte y viene la nena, no te preocupes". Pero... ¿Acaso me ves cara de preocupación? y... ¿acaso sabes tú si habrá próxima vez? y... ¿acaso sabes tú si yo quiero tener una nena?

"No, si un nene está muy bien... Pero no sé... La nenas son más bonicas". Dejando al lado el tema estético, que está claro que no importa y menos aún cuando hablamos de hijos; total no hay niños guapos a rabiar y nenas feas pa´ perro...

"No te preocupes (y dale con la preocupación), hoy en día hay ropa muy bonita y graciosísima para los nenes también" Pero vamos a ver, señores, ¿estamos hablando de tener un hijo, de criarlo con todo el cariño y darle las herramientas para que sea  feliz, o de jugar a las muñecas? Yo, si quiero jugar a las muñecas, me compro una Nancy que encima no me daría este malvivir ni me quitaría horas de sueño.  Y me reitero, si la nena no es muy agraciada ya le puedes comprar el armario ropero de Barbie que seguirá siendo FEA.

"¿Mañana tienes otra eco? Pues ojalá se hayan equivocado y te digan que es una nena..." Que desees que se hayan equivocado cuando te dicen que el chiquillo viene con alguna malformación es el más lógico y humano de los deseos, pero desear que no sea niño es... En fin.

No sé si fue producto de la sobredosis hormonal en la que me vi inmersa en esas primeras semanas embaraciles -que en mi caso concreto provocaban episodios de misantropía selectiva- pero a todas esas bienintencionadas almas a las que sólo les falto darme el pésame por la noticia, hoy por hoy, no las puedo ni ver.

Pero bueno, sí, me ha tocado vivir la mayor desfortuna que le puede acontecer a una madre: tener un hijo varón. Y es que todo el mundo lo sabe. Los nenes son más feos que las nenas,  más tontos, más malos, más brutos, no puedes vestirlos con otra cosa que pantalones y jerseys (gran desdicha) y, lo peor de lo peor (dogma de fe en los círculos cateto-pueblerinos donde puntualmente tengo la gran suerte de moverme): de mayores son más despegados, la nuera te los roba y de vieja no te cuidan.

Qué desgraciadita soy...

Que no te cuenten cuentos...

...sobre el embarazo.

He de confesar que hasta que me embaracé, o más bien me embarazaron, poco sabía de este complejo mundo materno-preñadil y andaba más perdida que el barco de arroz. Nada más recibir la inesperada sorpresa de que tenía una lentejilla germinando dentro de mí, me tomé la noticia no sin cierta incredulidad por un lado, y con pavor y mil dudas por otro:

"Y ahora ¿qué?"
"¿Qué tal madre voy a ser, partiendo de tan escaso instinto maternal de serie?"
"¿Tendré que cancelar el viaje a Tailandia, no?
"¿Y no fumar más?"
"¿Y no beber más?"
"Si no quedo satisfecha con la criatura, ¿me devolverán el dinero?"
"¿Me voy a convertir en un híbrido entre Falete y King África?"

Todas estas - y muchas más- preguntas rondaban mi cabeza al tiempo que no atinaba a saber qué hacer con el pipitest con sus dos rayas fucsias. Y todo en menos de un segundo, lo que tardé en ir hacia donde se encontraba en ese momento el progenitor, ajeno a todo, al que poco menos que le disparé la noticia a bocajarro.

Una vez digerida, aceptada y hasta ilusionada con la situación, empecé a devorar toda aquella información que caía en mis manos sobre embarazo, triples screenings, o'sullivans y pruebas varias, parto, puerperio, lactancia, manuales de crianza. Y es que una es muy autodidacta y muy ciberdidacta, sí señor.

Pues en una de mis no pocas sesiones de autodidáctica pre-maternal encontré un artículo en internet titulado algo así como  beneficios del embarazo.  Lo que más me impactó fue leer cosas como éstas:

Rostro y cabello resplandeciente. El cabello no sé, pero si por rostro resplandeciente entienden una cara llena de mini granos a mis taitantos, pues puede ser.
Es el momento de llevar vida sana y cuidar tu alimentación. Y tan sana. Ni jamón por la toxoplasmosis, ni abusar de los pescados azules por aquello de los metales pesados, ni de los patés porque que están plagados de toxinas. El alcohol y la nicotina ni olerlos. Reducir o, mucho mejor, eliminar las dosis de cafeína no vaya a ser que tengas un saltimbanqui. Bueno, y si, como yo, tienes la gran suerte de ser diabética gestacional, pues entonces ya el embarazo es lo más. No hace falta que te conviertas al islam para experimentar el Ramadán en tus propias carnes.
Te olvidas de los dolores menstruales durante un tiempo. Estupendo, pero a cambio tienes que soportar unas náuseas de aupa, vomitos en escopetazo, ataques repentinos de lumbalgia, ardores que no sabes si lo que tienes es un estómago o el Vesubio en erupción, calambres en las piernas... Y cuidado, no se te ocurrra tomar nada que no sea paracetamol, el summum de los analgésicos, ese que te hace el mismo efecto que si tomaras un vaso de agua...
No hay nada como sentir una nueva vida dentro de tí. Por supuesto que no, yo jamas antes había experimentado tales patadas en el esternón y en las costillas con tanta intensidad, así, sin previo aviso; que te dejan sin aliento y te dan ganas de pedir una inyección letal.

Como esas, el artículo incluía otras bondades del embarazo que no debieron de calar tan hondo en mí pues no acierto a recordarlas. Lo que no se me olvidará  jamás es el alegato final. Algo que rezaba más o menos así:
Disfruta de cada minuto de tu estado, que cuando tengas al bebé en brazos ¡echarás de menos la barriguita! ¡Venga ya! ¿Soy yo la única que piensa que la gente cada vez está perdiendo más el norte?



martes, 17 de abril de 2012

Pido perdón

Salvo unos pocos -o unos muchos- desalmados nadie se atrevería a negar que tener hijos es una experiencia maravillosa, que uno los quiere más que a su  propia vida y que no los cambiaría ni por todo el oro del mundo.
Y qué decir cuando son tiernos bebés, tan blanditos,  con esos balbuceos y esas sonrisas desdentadas que nos embelesan, tan dulces cuando caen en los brazos de Morfeo (bendito momento), con sus mini dedos, mini boquitas, mini orejitas, mini todo...
Toda esa parte tan idílica, tan bonita de la maternidad la vamos a obviar aquí. Porque se presupone. Porque todo el mundo habla de ella y ya se encargan de recordárnosla los anuncios de Dodot, Blevit y Johnson's Baby. Y porque pocos me negarán que tener un bebé te embarca en una travesía donde no todo es tan bonito. Y no mucha gente habla de ello. No me resigno a pensar que soy la única a la que esto de la maternidad no pocas veces le sobrepasa, le agota y hasta le hace entrar en un estado de pseudo esquizofrenia transitoria. Me niego a pensar que sólo a mí me ha tocado "el haba" del Roscón de Reyes. Seguro que somos más, pero nos quejamos lo justo porque lo políticamente correcto es decir que ser madre es lo más maravilloso del mundo (y posiblemente así sea) y que nuestra vida transcurre poco menos que en La Casa de la Pradera.
Tengo un terremoto de 16 meses. Aquí no nos vamos a centrar en contar lo rubio y lo guapo que es, lo gracioso de sus pasos de cowboy, ni de su risa contagiosa que quita el "sentío", ni de sus abrazos chillaos y besos impregnados en baba que me alegran el día, ni de sus progresos en el habla, ni de nada que se le parezca. Aquí, lo siento mucho por esas madres abnegadas  a las que cuestionar las bondades de la maternidad lo consideren un sacrilegio, vamos a hablar de la cruz de la moneda, de la letra pequeña del contrato, de los intereses a amortizar...
Pero antes de enfrascarme en este diario de maternidad irreverente y políticamente incorrecta, pido  perdón.
Pido perdón aquellos que tienen hijos con problemas serios, enfermedades que van más allá de una viriasis y que ven sufrir a sus hijos a diario, y que ya quisieran para sí tener las preocupaciones y las tediosas rutinas sobre las que vamos a despotricar aquí.
 Pido perdón a aquellos que ansían un hijo por encima de todas las cosas y la naturaleza, caprichosa e injusta, les retrasa o directamente les arrebata la posiblilidad.
 Pido perdón a aquellos que hayan perdido un hijo, me da igual si ha sido en el período prenatal o postnatal.
Y pido perdón a las madres de antes, que enlazaban embarazos hasta que el climaterio se lo impedía, que criaban a su numerosísima prole sin pañales, ni toallitas desechables, ni calientabiberones, ni guardería y sin el más mínimo ápice de ayuda de ese seminator que al llegar a casa, encima, exigía cena, zapatillas, períodico y deberes conyugales.