martes, 17 de abril de 2012

Pido perdón

Salvo unos pocos -o unos muchos- desalmados nadie se atrevería a negar que tener hijos es una experiencia maravillosa, que uno los quiere más que a su  propia vida y que no los cambiaría ni por todo el oro del mundo.
Y qué decir cuando son tiernos bebés, tan blanditos,  con esos balbuceos y esas sonrisas desdentadas que nos embelesan, tan dulces cuando caen en los brazos de Morfeo (bendito momento), con sus mini dedos, mini boquitas, mini orejitas, mini todo...
Toda esa parte tan idílica, tan bonita de la maternidad la vamos a obviar aquí. Porque se presupone. Porque todo el mundo habla de ella y ya se encargan de recordárnosla los anuncios de Dodot, Blevit y Johnson's Baby. Y porque pocos me negarán que tener un bebé te embarca en una travesía donde no todo es tan bonito. Y no mucha gente habla de ello. No me resigno a pensar que soy la única a la que esto de la maternidad no pocas veces le sobrepasa, le agota y hasta le hace entrar en un estado de pseudo esquizofrenia transitoria. Me niego a pensar que sólo a mí me ha tocado "el haba" del Roscón de Reyes. Seguro que somos más, pero nos quejamos lo justo porque lo políticamente correcto es decir que ser madre es lo más maravilloso del mundo (y posiblemente así sea) y que nuestra vida transcurre poco menos que en La Casa de la Pradera.
Tengo un terremoto de 16 meses. Aquí no nos vamos a centrar en contar lo rubio y lo guapo que es, lo gracioso de sus pasos de cowboy, ni de su risa contagiosa que quita el "sentío", ni de sus abrazos chillaos y besos impregnados en baba que me alegran el día, ni de sus progresos en el habla, ni de nada que se le parezca. Aquí, lo siento mucho por esas madres abnegadas  a las que cuestionar las bondades de la maternidad lo consideren un sacrilegio, vamos a hablar de la cruz de la moneda, de la letra pequeña del contrato, de los intereses a amortizar...
Pero antes de enfrascarme en este diario de maternidad irreverente y políticamente incorrecta, pido  perdón.
Pido perdón aquellos que tienen hijos con problemas serios, enfermedades que van más allá de una viriasis y que ven sufrir a sus hijos a diario, y que ya quisieran para sí tener las preocupaciones y las tediosas rutinas sobre las que vamos a despotricar aquí.
 Pido perdón a aquellos que ansían un hijo por encima de todas las cosas y la naturaleza, caprichosa e injusta, les retrasa o directamente les arrebata la posiblilidad.
 Pido perdón a aquellos que hayan perdido un hijo, me da igual si ha sido en el período prenatal o postnatal.
Y pido perdón a las madres de antes, que enlazaban embarazos hasta que el climaterio se lo impedía, que criaban a su numerosísima prole sin pañales, ni toallitas desechables, ni calientabiberones, ni guardería y sin el más mínimo ápice de ayuda de ese seminator que al llegar a casa, encima, exigía cena, zapatillas, períodico y deberes conyugales.





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