domingo, 22 de abril de 2012

Que no te cuenten cuentos...

...sobre el embarazo.

He de confesar que hasta que me embaracé, o más bien me embarazaron, poco sabía de este complejo mundo materno-preñadil y andaba más perdida que el barco de arroz. Nada más recibir la inesperada sorpresa de que tenía una lentejilla germinando dentro de mí, me tomé la noticia no sin cierta incredulidad por un lado, y con pavor y mil dudas por otro:

"Y ahora ¿qué?"
"¿Qué tal madre voy a ser, partiendo de tan escaso instinto maternal de serie?"
"¿Tendré que cancelar el viaje a Tailandia, no?
"¿Y no fumar más?"
"¿Y no beber más?"
"Si no quedo satisfecha con la criatura, ¿me devolverán el dinero?"
"¿Me voy a convertir en un híbrido entre Falete y King África?"

Todas estas - y muchas más- preguntas rondaban mi cabeza al tiempo que no atinaba a saber qué hacer con el pipitest con sus dos rayas fucsias. Y todo en menos de un segundo, lo que tardé en ir hacia donde se encontraba en ese momento el progenitor, ajeno a todo, al que poco menos que le disparé la noticia a bocajarro.

Una vez digerida, aceptada y hasta ilusionada con la situación, empecé a devorar toda aquella información que caía en mis manos sobre embarazo, triples screenings, o'sullivans y pruebas varias, parto, puerperio, lactancia, manuales de crianza. Y es que una es muy autodidacta y muy ciberdidacta, sí señor.

Pues en una de mis no pocas sesiones de autodidáctica pre-maternal encontré un artículo en internet titulado algo así como  beneficios del embarazo.  Lo que más me impactó fue leer cosas como éstas:

Rostro y cabello resplandeciente. El cabello no sé, pero si por rostro resplandeciente entienden una cara llena de mini granos a mis taitantos, pues puede ser.
Es el momento de llevar vida sana y cuidar tu alimentación. Y tan sana. Ni jamón por la toxoplasmosis, ni abusar de los pescados azules por aquello de los metales pesados, ni de los patés porque que están plagados de toxinas. El alcohol y la nicotina ni olerlos. Reducir o, mucho mejor, eliminar las dosis de cafeína no vaya a ser que tengas un saltimbanqui. Bueno, y si, como yo, tienes la gran suerte de ser diabética gestacional, pues entonces ya el embarazo es lo más. No hace falta que te conviertas al islam para experimentar el Ramadán en tus propias carnes.
Te olvidas de los dolores menstruales durante un tiempo. Estupendo, pero a cambio tienes que soportar unas náuseas de aupa, vomitos en escopetazo, ataques repentinos de lumbalgia, ardores que no sabes si lo que tienes es un estómago o el Vesubio en erupción, calambres en las piernas... Y cuidado, no se te ocurrra tomar nada que no sea paracetamol, el summum de los analgésicos, ese que te hace el mismo efecto que si tomaras un vaso de agua...
No hay nada como sentir una nueva vida dentro de tí. Por supuesto que no, yo jamas antes había experimentado tales patadas en el esternón y en las costillas con tanta intensidad, así, sin previo aviso; que te dejan sin aliento y te dan ganas de pedir una inyección letal.

Como esas, el artículo incluía otras bondades del embarazo que no debieron de calar tan hondo en mí pues no acierto a recordarlas. Lo que no se me olvidará  jamás es el alegato final. Algo que rezaba más o menos así:
Disfruta de cada minuto de tu estado, que cuando tengas al bebé en brazos ¡echarás de menos la barriguita! ¡Venga ya! ¿Soy yo la única que piensa que la gente cada vez está perdiendo más el norte?



No hay comentarios:

Publicar un comentario